Crítica: Dolores o la felicidad

Vivir implica pasar por distintas emociones, sentimientos y estados de ánimo, los cuales cambian a la menor provocación; sin embargo, de entre todas, existe una que muchas personas buscan conservar: la felicidad. No obstante, ésta suele escaparse y confundirse con acciones dictadas por una sociedad que, de acuerdo con su cultura, afirma «esto sí es, esto no es la felicidad», por ejemplo: tener una familia, dinero, sexo, obtener un empleo, adquirir posesiones materiales, encontrar una conexión espiritual, etc. Algunas de estas acciones pueden dar momentáneamente la felicidad, pero como ya mencioné, ésta se escapa, es libre y lo que nos hacía feliz, ya no tiene ese efecto. Entonces deriva la pregunta: ¿qué es la felicidad?

Dolores o la felicidad es una obra de teatro del autor mexicano David Olguín que nos plantea esta pregunta por medio del personaje de Lola, una mujer que pende del hilo de la vida, el cual está a punto de ser cortado por las Moiras (Cloto, Láquesis y Átropos), pero se ven interrumpidas por el Ángel de la Guarda de Lola, que implora no terminar con la vida de ella porque aún no es su tiempo, ya que ésta tiene que encontrar la felicidad.

Dicha obra comenzó sus presentaciones el pasado 30 de septiembre de 2021 en la Sala Experimental del Teatro de la Ciudad de Monterrey, como parte de la temporada Puestas en Escena CONARTE. La dirección estuvo a cargo de Andrea Delgado y contó con las actuaciones de Valeria Luna, Julissa Marcela, Jessie Mancillas, Chantal Arizmendi y Emiliano Armendáriz.

En esta propuesta escénica nos encontramos con un espacio a dos públicos, donde en el área de la acción escénica se contaba, en cada costado, con una tarima cubierta por una tela negra, al centro en el piso una imagen que parece ser un reloj, y encima de éste un farol. En el techo del espacio escénico había un cúmulo de frascos con luces que asemejaban cristales de distintos colores, y telas blancas en las orillas colgaban del techo. De esta manera se ambientaba desde un inicio el aspecto espiritual de la obra que permanecería durante todo el montaje: un ambiente lúgubre. En un principio este diseño resulta funcional para crear niveles o realizar algunos juegos escénicos, sin embargo resultaba limitado en cuanto a su espacialidad dentro de la obra.

Debido al uso repetitivo de los trazos daba la impresión de querer llenar el espacio sólo para no dejar desprotegidos los dos frentes del público, lo que denotaba movimientos sin un peso, fuerza o razón específica. La iluminación y musicalización ayudaban en algunos momentos a crear atmósferas o indicar en qué lugar se desarrollaba la acción, aunque no alcanzaban a conjuntarse con el diseño del espacio. El único lugar claro durante la obra era el de las Moiras, el énfasis estaba ahí, pero la acción se desenvuelve en diferentes lugares que no fueron potencializados.

En cuanto a las actuaciones se puede observar una falta de trabajo actoral en la voz, la energía, la presencia y el dominio del escenario. De principio a fin el volumen en algunas de las actrices era muy bajo, lo que denotaba una falta de armonía actoral; de igual manera la energía corporal se miraba desnivelada, mientras que unas tenían una energía elevada, otras se mantenían en un plano medio. Por otro lado, la gestualidad se vió afectada por el maquillaje manejado, el cual, no permitía ver del todo la expresividad, siendo que la obra, al tener diferentes cambios de tiempo y espacio, y manejarse en un tono cómico, podría apoyarse en éste o ser un aliado del cuerpo. No obstante, el diseño del maquillaje se alineaba bien con el vestuario, un aspecto rescatable dentro de la propuesta, ya que se alejaba de convencionalismos, por ejemplo, en del personaje de El Ángel.

A grandes rasgos se observa una obra que prestó mucha atención al espacio esotérico, místico y oscuro, pero que lejos de ser un apoyo se vuelve un obstáculo en el transcurso de la obra al limitar la creación de nuevas atmósferas que lleven consigo otra presencia, otro ritmo, nuevas dinámicas y no repeticiones constantes que no llegaban a una temática sólida dentro de la propuesta, porque es de señalar que la obra no solo plantea la llamada «búsqueda de la felicidad», sino también la perspectiva social hacia la mujer de lo que supuestamente es la felicidad en su rol familiar, laboral o de pareja, y cómo llegar a ese estado de aparente plenitud. No es igual lo que se le dice a un hombre a lo que se le dice a la mujer, y aunque esto poco a poco se va desarticulando en la actualidad, dentro de la propuesta de Andrea Delgado no se clarifica si esto es parte de su discurso o solo se sobre entiende porque está dicho en el texto, así como tampoco queda clara la temática en este montaje.

Este el primer trabajo profesional de quienes participan en Dolores o la felicidad, como egresados de la Facultad de Artes Escénicas de la Universidad Autónoma de Nuevo León, por lo que se ven ideas que faltan concretarse e hilos por ajustar para que no se vean las costuras.

La obra se estará presentado de manera presencial el 7, 8 y 9 de octubre en la Sala Experimental del Teatro de la Ciudad de Monterrey. Les dejamos la imagen oficial para que puedan ver la información completa y puedan adquirir sus boletos.