Crítica: «El Rey», de David Machôd

El dramaturgo inglés William Shakespeare ha inspirado a un sin fin de creadores gracias a que sus obras mostraban al ser humano cuando es sucumbido por las circunstancias que le obligan actuar según sus normas, creencias y estatus social, de manera que sus personajes transitan por un vaivén de emociones que los vuelca en cuestionamientos sobre su entorno. Así, sus historias son en algo más que mero entretenimiento, son una invitación a la reflexión sobre «este mundo lleno de miserias» en el que todos somos partícipes.

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Por tal motivo se han hecho gran variedad de adaptaciones de las obras de Shakespeare al cine, algunas tratando de recrear de manera fiel el texto, ya sea dentro del contexto histórico de la obra como en el caso de Romeo y Julieta (1968), de Zefirelli; o bien, dentro de la época contemporánea en la que se produce la película como en el caso de Romeo + Julieta (1996), de Baz Luhrmann. También existen aquellas versiones que toman la anécdota para hacer su propia versión de la historia, a veces hecha la referencia de manera directa, otras veces omitida.

El Rey (2019), del director David Machôd, es una de esas versiones que omiten el origen de su película, la cual está basada en Enrique IV y Enrique V del dramaturgo inglés, e incluso podría decirse que también en Ricardo II, ya que en esta última obra se muestra el ascenso ilegítimo de Enrique IV al trono, mientras que en Enrique IV se muestran las consecuencias ocasionadas por la toma de posesión y en Enrique V lo que con mayor atención se muestra en esta versión fílmica. Y aunque puede alegarse que tanto Shakespeare como Michôd parten de un hecho histórico de Inglaterra, es evidente que la realización cinematográfica es parida desde la versión teatral.

The King

Esta producción de Netflix rescata algunos aspectos de la obra de Shakespeare, pero a su vez carece de profundidad en ellos como lo son el carácter humano en los personajes, ya que la interpretación de Thimotée Chalamet como el príncipe Enrique (después Enrique V) excede en la contención de sus emociones al punto de volverlo plano, monótono y con poca actitud de principio a fin, lo cual contrasta al personaje mostrado por Shakespeare que pasa de un estado festivo, desordenado, cómico y alcohólico, para tomar partido como integrante de la realeza; aunque este aspecto se deja entrever en la versión de Machôd dista mucho de mostrar estos contrastes que enriquecen a este tipo de personajes que son irrumpidos por las circunstancias. Si bien Shakespeare externa el pensamiento mediante el diálogo debido a las posibilidades y limitantes que el teatro le ofrecía, el director de El Rey abusa del silencio que no expresa ninguna idea que nos muestre a un personaje complejo.

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La falta de carácter en los personajes no sólo es con el protagonista, Enrique V, sino también con uno de los más ricos y divertidos personajes de esta historia, que es el borracho, alegre y charlatán Falstaff, el cual en esta versión solo es metódico, callado, lejos de la labor de bufón que tiene en su versión teatral que aligeraba el drama histórico; en cambio en El Rey todo se vuelve solemne, aunque podría decirse que la ligereza, o comicidad, se logra con el personaje de Luis, Delfín de Francia, interpretado por Robert Pattinson, el cual logra con su participación destacar más que el propio Thimotée Chalamet.

La forma en que estos personajes fueron llevados a cabo llegan a ser tan monótonos que parece no avanzar la historia, porque solo se ven cambios de escenario pero con las mismas emociones e intenciones todo el tiempo. En ocasiones pareciera que algo interesante va a pasar y termina por no pasar nada, salvo el giro que se le da sobre el final de esta versión.

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Lo que sí podría rescatarse es la dirección de arte que estuvo bien llevado, así como la fotográfica,  lo cual crea un deleite visual, pero de ver también se cansa la vista y el pensamiento se dispersa.

No podría decirse que es una mala versión del drama histórico de Shakespeare, pero tampoco es la más afortunada de ellas, por lo que al final solo queda un sabor agridulce de algo que prometía ser mejor.