
Crítica: Muere la Zorra por ser tan zorra
Cada día nos encontramos con noticias violentas que se superan entre sí, donde se cometen actos tan impresionantes que no podemos creer que una persona sea capaz de hacerlo, pero la realidad es así y el ser humano es despiadado. Sin embargo, el constante encuentro con estos sucesos crea en nuestra sociedad una normalización sobre la violencia, lo que provoca una falta de sensibilidad y de empatía ante lo que debería indignarnos. La pregunta aquí es, ¿existe una forma de hablar sobre estos temas para concientizar a las personas sin caer en apologías?
El teatro, es una vía, un martillo, diría Brecht, para darle forma a nuestra realidad, pero existe la posibilidad de caer en ser solo un reflejo sin fondo como el ocurrido con la obra Muere la Zorra por ser tan zorra, de Jacqueline Rocha, y dirigida por Karla Soto, la cual se estrenó el 8 de febrero de 2020 en Barrio-Galería y Café, en el centro de Monterrey. Aunque la propuesta y el tratamiento dado puede parecer interesante y hasta cierto punto acertado, no llega a ser potente el discurso ni se aprovechan las herramientas que el género Farsa ofrece.
El texto de Jacqueline Rocha nos presenta una historia con una estructura sencilla, dónde se comete un crimen en un bar en el que han matado a la Zorra y un investigador, Leo León, interpretado por Jennifer Peña, acude al lugar para averiguar quién lo hizo, sin embargo, se encuentra con un mundo lleno de secretos, corrupto y decadente. Al ser esta la primera obra de Rocha es evidente que carece de un lenguaje propio porque sus diálogos parecen tomados de una mala telenovela o un mal doblaje de una película policiaca, lo que lleva a solo crear un cliché de los personajes sin profundizar en ellos ni en su entorno. Además de lo ya mencionado el texto en varias ocasiones llega a ser redundante y se estanca al agotarse la idea muy rápido.
La obra juega con la dualidad de la persona y su lado animal en un tono cómico, que, a pesar de sus gritas textuales, pudo haberse aprovechado más desde la dirección, pero no sucedió. Como propuesta escénica vemos que el espacio utilizado es el mismo del Barrio-Galería y Café, por ser el desarrollo de la acción en un bar; pero esto más que aportar o simplificar se aprecia como un obstáculo por varias razones, la más evidente es que no está pensado para ser un espacio escénico, ya que carece de acústica y de los elementos técnicos como la iluminación y el audio necesarios; este aspecto poco atendido entorpeció varios momentos de la obra porque eran poco perceptibles las voces de las actrices Karo Korazón, Diana Laura, Jennifer Peña y la misma directora Karla Soto, así como la del actor José Cervera.
La iluminación con cuatro tiros de luces led colocados desde una misma esquina no daba dimensionalidad a los personajes y correspondía muy poco a la situación de la obra. Por su parte, el audio mal colocado en el área de los asientos del público era muy alto cuando entraba, de golpe, para ambientar la obra. Estos detalles técnicos debieron atenderse con tiempo a sabiendas de que el lugar de representación carecía de estos elementos.
Los trazos escénicos denotaban una falta de utilización del espacio y de las posibilidades que una Farsa puede ofrecer, porque los desplazamientos eran repetitivos sin niveles que pudieran dar algo más que el movimiento por el movimiento, siendo que el tono de la obra permitía un mayor juego escénico al cual no se llegó con los personajes y su dualidad a medias, donde sus nombres y el maquillaje evidenciaban su animalidad, pero corporalmente decían poco, es decir, todo quedaba en el plano de una obra realista en cuanto al trazo y la corporalidad, mientras que lo fársico se centraba en la vocalización y el rostro, lo cual no correspondía a las escenas que en un par de ellas se quiso ir al Teatro Cabaret sin lograrlo.
Las actuaciones ante las carencias ya mencionadas hicieron un esfuerzo, pero ante lo presentado los esfuerzos por más que se hagan serán débiles. Se destaca en este aspecto lo realizado por Karo Korazón, Jennifer Peña y José Cervera, mientras que el trabajo de Diana Laura y Karla Soto quedó por debajo de lo mostrado por sus compañeros. No hubo una nivelación en lo actoral, porque incluso quienes lo hicieron mejor en ocasiones se sobresaltaban al punto de robar atención mientras que el foco de acción estaba en otro punto.
El ritmo llevado es el adecuado, aunque en ocasiones bajaba se estabilizaba de nuevo, no obstante, cuando parecía mejorar, surge un intermedio innecesario que entorpeció lo logrado.
Tanto Rocha como Soto hacen un primer trabajo en dramaturgia y dirección escénica en el que se notan las grietas de un trabajo poco sólido. Cómo propuesta la idea de llevar el tema a la Farsa es interesante, pero al no profundizar en ello y dejarlo en lo superficial se vuelve intrascendente e irreflexivo. Falta trabajo en la dramaturgia de Muere la Zorra por ser tan zorra, así como un replanteamiento de la concepción escénica, la cual continúa en temporada hasta el 23 de febrero del 2020 en Barrio-Galería y Café.