
Hikari: una máquina con personalidad
Identificarnos con las personas para tratar de encontrar un lugar en este mundo implica desenvolvernos de cierta manera, existen factores externos que nos dictan cómo debemos comportarnos de acuerdo a nuestro lugar de nacimiento, estatus socio económico, edad y sexo. Sin embargo, al momento de no estar de acuerdo con lo establecido por la sociedad para mantener el «supuesto» orden y convivio entre los individuos, se tacha de rebeldes, extraños o inadaptados a quienes se oponen a las normas, por lo que el caos emerge y la vida se torna difícil.
Uno de los cambios con los que se ha luchado en los últimos años es con la identidad de género más allá del binomio biológico masculino-femenino y del binomio social hombre-mujer. Se ha buscado una apertura para aquellos que no se reconocen un lugar o en otro, que no se identifican con los comportamientos que se debería de tener de acuerdo a un determinado género. Pero esta postura, según algunos, va en contra de los «valores», lo cual se vuelve una paradoja al no respetar la decisión individual a la cual todos tenemos derecho.
Hikari: una poderosa maquina de velocidad, presentada en Área 51 Foro Teatral, nos narra la historia de Nicolás, quien fue registrado por sus padres como Rosalinda, pero que al no sentirse como una mujer decidió cambiar su nombre. La interpretación de este unipersonal está a cargo de la actriz Karina Meneses y cuenta con la utilización de un automóvil Nissan Hikari, el cual es manejado como el espacio lúdico de la obra, marcando con sus posibilidades los cambios del tiempo y espacio narrativo con apoyo de la iluminación.
Karina Meneses, logra con su interpretación dotar de carisma y personalidad a Nicolás, creando una empatía con el espectador que atento a lo que sucede reacciona con la gracia del personaje y se identifica con las situaciones tanto amorosas como familiares. La actriz logra en todo momento mostrarnos a ese ser que está en constante confrontación con lo que el cuerpo le pide y la sociedad en la que vive. El manejo del espacio se tiene bien dominado por parte de Meneses, por lo que se muestra ágil en escena, entendiendo el tiempo que requiere la obra dirigida por Ricardo Rodríguez.
Sin embargo, uno de los retos de los unipersonales, además de la construcción del personaje principal, es realizar la interpretación de los personajes significativos en la vida del protagonista y que lo encaminaron a la necesidad de contar su historia, lo cual, la actriz lo tiene identificado, pero en ocasiones se perdía, ya que los códigos sobre los cambios de un personaje a otro, así como el cambio espacio-temporal, quedaron débiles y en ocasiones era complicado distinguirlos más allá de que el texto de Ana Lucía Ramírez indicara esos cambios mediante el recurso narrativo.
Aún con estos detalles, que pueden ser solo una exigencia personal, la obra logra conectar con el espectador las emociones por las que Nicolás (antes Rosalinda) va pasando al sentirse diferente y no identificarse en la sociedad en la que le tocó vivir. Una obra con propuesta escénica, un texto bien construido, una dirección limpia y una gran interpretación.