La vida es sueño y la dificultad del verso.

la vida es sueño

Debido a que se hablará de la puesta en escena de La vida es sueño, del dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca, me permito hacer una breve introducción como homenaje a su estilo:

Estas palabras se tejen

en opiniones sobre lo visto

puede que tal vez no te dejen

satisfecho por lo dicho.

No hay que ser complacientes

si aquello no te ha gustado

pues más vale lo que sientes

sin ser un mal hablado.

El Siglo de Oro español fue una época de auge artístico en España; abarca el Renacimiento y el Barroco, que pertenecen a los siglos XVI y XVII. Dentro de los dramaturgos más destacados de este periodo se encuentran Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Juan Ruíz de Alarcón y Tirso de Molina, entre otros.

Una de las características de la dramaturgia del Siglo de Oro español es su escritura en verso, la cual dotaba de una riqueza lingüística las obras de teatro y reflejaban el conocimiento, el ingenio y la habilidad de los autores teatrales, no sólo para contar una historia, también para deleitar al público con su lenguaje, que, para una época ávida de conocimiento y riqueza cultural, no era de extrañar la utilización de este lenguaje; sin embargo, con el paso del tiempo, tanto las ideas como las costumbres de los pueblos cambiaron y en el teatro este estilo dejó de estar presente en la dramaturgia en español.

Muchos de estos autores del Siglo de Oro son hoy en día autores clásicos del teatro mundial, ya que reflejan en sus textos la condición humana y de esta manera, como dice Arthur Miller, «la humanidad puede enfrentarse a sí misma», por lo tanto es vigente la representación de sus obras en cualquier época. El asunto se encuentra en cómo adaptar aquello a un tiempo diferente, cómo los actores, por ejemplo, realizarán su interpretación para que al público no se le vuelva pesado, ajeno, o aburrido; cómo transmitir la información, no solo del texto, también de la propuesta del director, ya que ni el público, ni los actores, en ocasiones ni los directores, están acostumbrados a este tipo de expresión lingüística, aspecto que puede volver a la obra más que una riqueza un escollo.

Esta dificultad del verso en una obra de teatro se pudo evidenciar el pasado 19 de enero de 2018, al asistir al estreno de la obra, La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, en la Gran Sala del Teatro de la Ciudad de Monterrey, bajo la dirección de Mónica Jasso. Hay que recordar que esta obra se generó mediante la iniciativa Teatro Nuevo León, proyecto realizado por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (CONARTE), el cual tiene como propósito, de acuerdo a lo que dijo Javier Serna, quien forma parte del consejo de este proyecto, «…recuperar el teatro de gran formato que de alguna manera ha quedado relegado por los presupuestos y por circunstancias… Cada vez nuestros jóvenes artistas se limitan más a pequeños espacios, y la idea es que ellos entren en estas dinámicas de teatro de gran formato que es obligado en cualquier proceso de profesionalización artístico en el mundo» (El Norte 2017), por lo que se propone realizar dos puestas en escena de obras de «gran formato», que se entiende de acuerdo a estas declaraciones como aquellas que se realizan en espacios escénicos grandes, como en el Teatro de la Ciudad de Monterrey. También se plantea recuperar la asistencia del público al teatro, el cual es escaso en la mayoría de los escenarios regiomontanos.

En cuanto a la propuesta escénica el público se encuentra con aspectos visuales llamativos, uno de ellos es la escenografía realizada con madera donde su punto de fuga comienza desde el centro, con cuatro entradas y salidas a los costados, dos por cada lado; un suelo, igual de madera, con una elevación piramidal que parte desde el punto de fuga. Llamativo, agradable a la vista, pero cansado con el correr del tiempo, aunque en ocasiones, para que esto no pasara, la iluminación intervenía de una manera adecuada de acuerdo a lo que sucedía en escena, creando algunas atmósferas durante la primera mitad de la obra y no tanto durante la segunda, porque al contar con una escenografía carente de otros elementos que ubiquen al público en un determinado tiempo-espacio, se entiende que el peso para guiar al público vendrá por parte de los actores, los cuales más que generar esta ubicación generaban un desvío, que si bien uno puede saber este aspecto porque el mismo texto hace mención de la ubicación escénica, en el trabajo actoral poco o nada se vio reflejado, desaprovechando en parte esta disposición escénica que daba pie a que sobresalieran sus capacidades histriónicas.

Otro aspecto que llama la atención visual es la propuesta de vestuario, que nos marca una atemporalidad y revela un poco el carácter y posición social de los personajes, ya que en el teatro de esta época estaban bien definidos estos roles, que si bien no era algo molesto no llegaba a formar parte de este micromundo construído entre la escenografía, el vestuario, el texto, las actuaciones y la musicalización que de igual manera no nos remitía a ninguna época sino que se ligaba a las circunstancias escénicas, pero no encontraba la unidad con lo que se observaba. Esta propuesta por parte de la directora de contemporanizar la obra respetando el texto, ya que dejó íntegro el lenguaje, para hacerlo ameno al público contaba con una unidad desajustada por un problema evidente: el verso.

Una de las dificultades de la utilización del verso en el teatro es que, además de que debe escucharse bien y con una entonación adecuada por ser más literario que escénico es precisamente eso, volverlo un hecho escénico con todo lo que ello implica. Cuando uno conoce el texto entiende lo que sucede, pero la monotonía en los actores lo volvía plano, ya que se preocupaban por decirlo bien más que por actuarlo bien. Aunque se apoyaron en la corporalidad y la elevación del suelo, esto no apoyó sus interpretaciones porque el dominio del escenario no estaba completo, quizá por el calzado, el vestuario o la falta de trabajo sobre éste tipo de inclinado escenario, que de ser así con más representaciones pueden llegar a dominarlo.

El decirlo bien solo mostraba lo plano de las actuaciones, un dibujo interpretativo sin colorear, un Segismundo carente de mundo interno, ya que un hombre aislado de la vida con un carácter bestial, como se le menciona, y que ve el mundo por primera vez, confundiendo el sueño con la realidad, no puede ser tan pasivo sobre la escena como lo hizo Gerardo Guardado. Una Estrella, interpretada por Ximena Villarreal, con poco brillo, sin una presencia que ilumine en medio de la confusión a Segismundo para que  sea lo más bello que han visto sus ojos; faltó eso que «…requiere que la aparición física del actor ocupe el espacio y fuerce a los espectadores a centrar su atención en él» (Fischer-Lichte 330), no hubo nada que llamara la atención en su personaje, salvo por su peinado y vestuario, por lo que su brillo era opaco. Una Rosaura interpretada por la actriz Sofía Gabriel, que por momentos parecía encontrar el balance en su interpretación, pero otras veces parecía que se ahogaba y sus tantos diálogos se escuchaban igual. Un Astolfo justo en cuanto a su actuación, interpretado por Luis Alberto García, encontró el equilibrio entre el verso y la acción sin sobresalir ante los demás, haciendo lo adecuado para lo que se necesitaba, tanto para el montaje como para su personaje. El Clarín, interpretado por León Díaz Conty, en varios momentos le faltaba fuerza, ya que aunque el público reaccionaba a sus intervenciones cómicas, considero que fue más por el texto que por la gracia del actor, lo cual también habla de un público atento, dejando esta actuación justa para el momento. Así es como la camada de los actores más jóvenes, pero con experiencia escénica, llevaron a cabo sus actuaciones para este texto del Siglo de Oro español.

Por otro lado, se encontraban los actores con más experiencia, como Juan Benavides quien interpretó a Basilio y Gerardo Dávila interpretando a Clotaldo, actores que fieles a su estilo utilizaron sus conocimientos para realizar sus actuaciones, donde era evidente la brecha generacional y de experiencia en el dominio escénico, pero que se han repetido en otras puestas en escena en las que han participado.  Ambos mostraron solo un boceto de sus personajes, un tanto mejor dibujado el de Basilio.

De esta manera el montaje de Mónica Jasso sobresale por su aspecto visual al proponer, como menciona Oscar Cornago, «…otras posibilidades de plantear la comunicación escénica y pensar el lugar de lo escénico» (En Lichte 9), sin embargo, la preocupación por el verso disminuía la fuerza escénica y dejó ver huecos sobre la puesta en escena, que con trabajo se logran llenar y espero que no solo quede en estas tres funciones realizadas del 19 al 21 de enero, ya que un trabajo de al rededor de seis meses no debería quedar solo en eso.

Esta iniciativa de Teatro Nuevo León es interesante, llamativa, aunque considero que para los fines del mismo la elección del texto no fue el acertado, espero que esta propuesta no quede en un intento por generar más teatro, que tome fuerza y se realicen más representaciones por cada montaje.

Me permito cerrar esta reseña como la inicié, con un supuesto verso, en honor al texto:

Espero no haber ofendido

a nadie con lo dicho,

es solo mi pasión.

Y si así fuese

disculpen este escrito,

quizá solo es capricho

un impulso del corazón.

Bibliografía:

Fischer-Lichte, Erika. Estética de lo performativo, ABADA Editores, Madrid 2011.