
Crítica: A la hora del recreo | XXIX Encuentro Estatal de Teatro Nuevo León
Los días que ya no son quedan en el recuerdo, como aquellos de la infancia y la adolescencia; un pasado, quizá satisfactorio, al que deseamos volver porque la vida era más placentera, las preocupaciones eran menores y los sueños enormes. Sin embargo, al estar sumergidos en una sociedad que pasa más tiempo en la escuela y en los deberes de ésta, gran parte de nuestros recuerdos, así como las amistades que vamos forjando, se remontan a los días escolares, sobre todo, a los de la hora del recreo, ese espacio en el que se descansa de manera breve del estudio o de los profesores malhumorados; un momento para comer, ir al baño, reencontrarse con una amistad de otro grupo, enamorarse, jugar y así una infinidad de experiencias que se tienen en ese momento del descanso escolar llamado recreo.
Una obra que presenta parte de la experiencia vivida en lo ya mencionado es A la hora del recreo, texto de Carlos Portillo que se presentó el pasado 13 y 14 de junio de 2019 en la Sala Experimental del Teatro de la Ciudad de Monterrey, durante el XXIX Encuentro Estatal de Teatro Nuevo León, bajo la dirección de Efraín Mosqueda y contó con las actuaciones de Ludyvina Velarde, Allan Durell, Sebastián Báez y José Olivares.
Un texto construido con bases en la narraturgia, lo que permite a los personajes/actores ser a la vez narradores y transitar por otros personajes secundarios que intervienen en una historia que conecta con el espectador, rememora aquellos momentos de la escuela a la hora del recreo, aquellas amistades que quizá ya se distanciaron, las que continúan, así como las situaciones que marcaron aquella época.
A la hora del recreo es una obra sólida y concisa, aunque con una reflexión no tan potente como lo es preguntarse si, ya siendo adultos, uno se convirtió en lo que deseaba ser o en lo que no quería ser. Quizá esto se deba por la dirección, la cual a pesar de ser buena, con un gran entendimiento de la agilidad que se debe tener en escena al estar en constante cambio espacio-temporal, durante esos breves momentos en los que se hace la pregunta reflexiva de frente al público es desconcertante, no por la pregunta en sí ni por lo que se plantea transmitir mediante este quiebre, sino por la poca claridad y lo débil que quedan estos momentos, es decir, es entendible pero no entrañable.
Otro de los motivos sobre la poca contundencia de la reflexión, sea, tal vez, la brevedad del texto y los pequeños espacios que se dejaron a la idea, ya que a pesar de que en el programa de mano está establecido que la puesta en escena dura sesenta minutos, la realidad es que duró entre cuarenta y cuarenta y cinco minutos, lo cual no permitió un buen desarrollo a lo mencionado.
Las actuaciones cumplen con los cambios de ritmo que mediante la utilización del cuerpo generan las diferentes escenas, así como de personajes, los cuales fueron bien definidos; salvo por algunos errores de dicción en las voces, los actores transmitían energía que, pese al notorio cansancio llegados los últimos minutos de la obra, fue amena sin caer en los clichés de interpretar a una niña o un niño.
La ambientación de la obra generada por la iluminación fue de gran ayuda para las transiciones de las escenas y marcar los cambios en el espacio; el diseño realizado por Pepe Cisterna fue notorio, logró transmitir las sensaciones necesarias para cada momento de la puesta en escena.
A la hora del recreoes un montaje bien estructurado desde el texto hasta la puesta en escena, aunque con un contenido limitado en cuanto a la reflexión y/o mensaje, ya que parece más a un buen capítulo de una serie para adolescentes que no llega a algo contundente.
Pero, como decimos en La Esfera Dorada, el mejor criterio es el propio porque cada experiencia es distinta y por eso los invitamos al teatro a ver la variedad de propuestas escénicas cada que tengan oportunidad de hacerlo.