
Crítica: Tiranosaurio | XXIX Encuentro Estatal de Teatro Nuevo León
El ser humano ha tratado de explicarse el mundo y su existencia desde hace miles de años, busca una lógica a los acontecimientos cotidianos, naturales o anormales que se le presentan ante sus sentidos que perciben el continuum de la vida. Lo que se encuentra más allá de la razón, aquello que sobrepasa lo explicable, se ha atribuido a seres más poderosos denominados Dioses, los cuales tienen mayores capacidades que las de otro ser vivo. En un principio se creía en la existencia de diferentes deidades que controlaban la vida, después se redujo a uno sólo.
Así, el ser humano en sus preguntas constantes sobre la existencia se refugia en la creencia de estos dioses, los cuales no ve, pero siente que existen. Sin embargo, hay quienes necesitan mas pruebas de su existencia y buscan los medios para llegar a ellos.
¿Quiénes somos? ¿A qué vinimos? ¿Para qué existimos? ¿Cual es el sentido de todo?
Este planteamiento se recrea en la puesta en escena Tiranosaurio, dramaturgia y dirección de Emanuel Anguiano, presentada el pasado 6 de junio de 2019 sobre el escenario de la Gran Sala del Teatro de la Ciudad de Monterrey, durante el XXIX Encuentro Estatal de Teatro Nuevo León.
En esta obra se nos muestra “la historia de un hombre llamado Fausto y de cómo Fausto encontró a su creador”, dice el programa de mano, y es efectivamente lo que se muestra al público que no encontrará un texto sencillo, ya que, además de mostrar la búsqueda de un hombre sobre el ser creador del universo, también se plantea la concepción del artista como creador de otros universos o realidades; esto permite la utilización de elementos de la ciencia ficción dentro de la puesta en escena, la cual apela a la repetición de movimientos, trazos cíclicos y en espiral que cumplen la función de recalcar el proceso por el que pasa el pensamiento al darse cuenta de lo absurdo de la existencia y la búsqueda de un creador.
La existencia del Yo surge a partir del otro, la construcción de lo que somos proviene del exterior, Beckett lo planteó en sus obras, dónde los personajes son a partir de la afirmación del otro como réplica de la existencia y el silencio es la nada, el vacío en el tiempo, la no existencia; dicho vacío, en el caso de Tiranosaurio, trata de anularse mediante la búsqueda del creador, es decir, Dios, el cual no responde, guarda silencio, se vuelve vacío de respuestas ante tantas preguntas.
La propuesta escénica es limpia y atractiva, se observa una estructura que asemeja los bordes de una habitación, una casa, un laboratorio, el espacio central de la mirada, del voyeur que observa el dilema humano; también es el refugio, el hogar, el espacio privado desde dónde se mira el exterior. No hay excesivos elementos en escena, los trazos y la distribución del espacio escénico juegan con la simetría y la mirada, un tanto cinematográfica que llega a tener el espectador dependiendo del lugar en el que se haya sentado, debido que las butacas fueron distribuidas en tres bloques; se apoya con la atmósfera de suspenso generada por la temática y la sonorización de la obra.
A pesar de lo ya comentado, existe una reiteración de la idea que se vuelve cansada con el correr de la obra, donde mas que un aspecto cíclico se vuelve algo estancado, es decir, el tema se diluye, pierde fuerza. No obstante, vemos unas actuaciones, que, si bien no son sobresalientes, cumplen con lo establecido por el director; la energía de Gerardo Dávila, Alberto Ontiveros, Cristina Alanís, Emanuel Anguiano y Calixto Valdés es constante, no se pierde, llevan a buen ritmo sus interpretaciones.
Una propuesta interesante que invita al espectador a pensar sobre el concepto de creación que desemboca en preguntas existencialistas sobre el sentido de lo real y del Yo, con referencias al cine de ciencia ficción que satisfará, en cierta medida, a los amantes tanto del teatro como del séptimo arte.